- ¿Brain?,
¿Brain?, ¡Oye, que empezamos!
- ¿Eh? ¡Ah!
Brain había salido de su letargo.
Esa parada le había venido bien para desconectar un poco.
Llevaba unos días duros. Era
el tercer día seguido repitiendo turno en el trabajo y repitiendo turno
por la noche en los bares con letreros de neón. Habían sido de esas noches en
las que las mujeres baratas y el alcohol, llevaban a Brain al
convencimiento de que en sus cuidadas manos, con dedos largos y
poderosos, el dinero nunca se haría viejo. Tan largos y poderosos
eran los dedos de Brain, que en su juventud tuvo la duda de si seguir
trabajando en los muelles o hacerlo de proctólogo en Chueca. Dos razones le
desanimaban a tomar ese camino. La primera, que no había estudiado medicina, la
segunda, que le aterraba la idea de encontrarse el pellejo de una lenteja en la
punta del dedo después de realizar una prospección.
Estos días y estas noches a Brain le
habían venido bien. Siempre es mejor, afirmaba Brain, dejar de dormir al
lado de un amor mercenario y una copa babeada, que permanecer
insomne en compañía de una conciencia despiadada. En esas noches de insomnio y
soledad Brain echaba de menos la complicidad de una mancha en el techo o una
sombra entre sus cortinas con las que tener la oportunidad de distraerse.
Hasta en eso le abandonó la suerte durante esos días, o mejor dicho,
durante esas noches. Lo tenía todo en contra. Ni siquiera sus inquietudes
culturales le ayudaban.
Como el resto de sus compañeros,
Brain era una persona informada. Escuchaba la radio, leía el periódico y veía
la televisión. Pero mientras muchos de los que le rodeaban escuchaban los
Cuarenta él oía onda Cero. Mientras ellos leían El Mundo Deportivo él leía El
País y mientras ellos veían Sálvame él se entretenía con Salvados. Todo esto le
hacía sentirse un enorme ignorante. Al final las conversaciones siempre giraban
en torno al último éxito de Lady Gaga y no sobre el comentario de D. Antonio
García Barbeito; al resultado del Messi 3-Cristiano 2 (o viceversa), en
vez de las actuaciones de la Fiscalía en el caso Malaya; y a la cuñada de
la Jurado en vez de la prima de riesgo. Brain lo tenía claro, era un bicho
raro.
Dentro de sus aficiones, no estaban
las videoconsolas. Con esos dedazos que Dios le había dado, le era
imposible tocar los botones de uno en uno. Ante la imposibilidad de jugar sin
tocarlos todos a la vez, se había decantado por la lectura. Días antes de
entrar en esta espiral autodestructiva, había estado leyendo un viejo libro que
en su momento le había dado pereza comenzar. Casualmente y como un regalo
divino, acababa de leer Caballo de Troya de J.J. Benitez.
Quizá por ello, en ese momento de
letargo que acababa de tener, su mente le había trasladado a aquellos tiempos
que el libro describe. Vio con claridad a los Escribas, a los Fariseos, a
Pilatos, Judas… y Barrabás. ¡Barrabás! ¡Barrabás! El populacho enardecido
gritaba su nombre, y él, contagiado del fervor popular se sumo al grito
¡Barrabas! ¡Barrabás! Poco importaba lo que sucediera después. Poco
importaba si se había hecho justicia o no. Lo importante para Brain era que por
fin era uno más. Su peligro de exclusión social había llegado a su fin. Ya ni
siquiera le importaba haberse visto, en esa especie de sueño producido
por el letargo, como a un Pedro que negó tres veces a su mejor amigo, guía y
mentor. Ahora ya era libre y tenía claro que esa noche sería, por fin,
distinta.
Como a él le gustaba, haría una cena
ligera. Como a él le gustaba tomaría un Gin Tonic contundente. De esos que
tienen más frutas que la jaula de un mono. De hecho hay estudios científicos
que afirman que quien no come tres piezas de fruta al día es porque no se toma
un Gin Tonic. Y mientras, aunque no le gustara, dentro de su terapia de
socialización, vería Futboleros en Marca TV, para después, irse a la cama
tranquilo.
Y así lo hizo. Era la una de la
madrugada cuando Brain reposó por fin su cabeza en la almohada. Lo tenía
todo controlado. Todo el plan había salido como había previsto. Sólo quedaba
disfrutar de esa maravillosa sensación de no tener que hacer ni siquiera un
esfuerzo para cerrar los ojos. Ya lo harían ellos solos, mañana era día
de descanso para él y para el despertador… pero la maldición estaba ahí.
Ahora a Brain era otra la duda que
le asaltaba, que le dejaba sin dormir, que le corroía su curiosidad.
La cabeza le iba a estallar, no podía ser. ¿Por qué Señor?, ¿por
qué?. ¡Pero si al final no es más que una cuestión menor, una mamonada!.
¡Ni siquiera un cotilleo!. Se repetía ¿Por qué me consume esta gilipollez? se
preguntaba.
La cuestión que ahora
inquietaba a Brain era la de por qué, en ese viaje imaginario a tiempos tan
remotos que esa misma tarde había tenido, Judas se ponía morado a
Mortadela.
Ahora Brain era consciente de dos cosas. Se había quedado sin principios y sus inquietudes eran cada vez más pobres.
Nota: Ficción fruto de una tarde de frio, lluvia e inspiración. Los personajes y situaciones son fictícios. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
Ahora Brain era consciente de dos cosas. Se había quedado sin principios y sus inquietudes eran cada vez más pobres.
Nota: Ficción fruto de una tarde de frio, lluvia e inspiración. Los personajes y situaciones son fictícios. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.