El León dormitaba placidamente en su trozo de jungla. Él no la necesita entera, nunca la necesitó. Él se conforma con su trozo de sabana que garantice el alimento de su manada.
Es tiempo de sequía y el trozo de sabana que controla no dá mucho de sí, pero aun así, el León se asegura de que su entorno no pase dificultades, al fin y al cabo es su único cometido.
Y mientras él tranquilo retozaba, el resto de habitantes de esta jungla co-habitaban, de forma al menos tan plácida como el León, cada uno cuidadando su parcela, su territorio, ese territorio que todos implíctamente tienen delimitado.
Pero tuvo que llegar la coño Hiena de las narices, la insaciable Hiena que no solo se mete en la parcela del León, mientas este se limitaba a mirarla de reojo, sin abandonar su cómoda postura, tan solo avisando de que no está respetando las leyes de la selva.
A la Hiena no la gustó que la miren de reojo.
Ahora, la coño Hiena también se dedica a tirarle al León del rabo, y eso sí que va a ser que no. El León ahora está despierto y no dormita. Ahora el León mira de frente a la Hiena, la mira a los ojos y...
¡ya veremos como acaba el cuento!.